EL PAISAJE DE LA MIRADA - page 11

PAISAJES DE LA MIRADA
El paisaje no es lo que está ante nosotros, a nuestro alrededor, es un concepto inventado,
una construcción cultural. Solo existe realmente si existe la contemplación, la voluntad de saber
mirar y ver como objeto estético lo que se presenta ante nosotros en el espacio abierto al
exterior. El paisaje no es un ente físico, sino una serie de ideas, sensaciones y sentimientos que
elaboramos a partir del lugar. Los primeros en adquirir conciencia del paisaje estético son los
poetas y pintores de la historia de la cultura occidental que ven en los “países” que les rodean
algo más que un territorio productivo desde el punto de vista político o económico.
El término paisaje tal y como hoy se entiende, deriva de la pintura. Es al hablar de
paisaje pintado cuando el espacio geográfico, utilizado como modelo, adquiere una dimensión
estética. Así pues, la Naturaleza, transformada en mayor o menor medida por la mano del
hombre, se hace paisaje en virtud de la mirada humana.
Nadie hay mas capacitado para captar la esencia del paisaje que el viajero, aquel que
recorre la faz de la tierra sin prejuicio o sentimiento previo, pero sí predispuesto a la emoción
que le provoca mirar, ver, oír, escuchar, oler, saborear, tocar lo que el lugar le ofrece, moverse y
caminar por él con los sentidos bien despiertos.
No en vano, los dos pintores que componen esta exposición han sido previamente
viajeros, (que no turistas), por los paisajes que nos ofrecen en sus pinturas. Calo Carratalá viaja
en esta ocasión a la selva amazónica y Salvador Montó a la ciudad de Nueva York. Como turistas
hubieran traído sus estampas y recuerdos, su pintura testimonial y decorativa, el souvenir, la
anécdota. Pero como buenos viajeros y mejores pintores, llegan con su paisaje trascendido,
personalizado, sentido, asimilado por el espíritu, vivido… Por eso, nos dejan una pintura
trascendente, viva, personal y perdurable.
El viaje ha sido necesario y motivador para ellos, no para nosotros, a quienes, en
último caso, como buenos espectadores y no “turistas” del arte, debería interesarnos de sus
obras la pintura que contienen, es decir, el gesto, el trazo, la carnalidad de la materia, el oficio,
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la sabiduría de una destreza innegable, de un saber hacer intemporal que mantiene viva la
Pintura con mayúsculas, procurando captar en el contenido poético y trascendente de la obra, la
subjetividad y el temperamento de cada artista, sus convicciones y sensibilidades.
En el caso de Calo y Salvador, las espesas selvas del Amazonas y la espectacular
arquitectura de Nueva York, se ven transformadas por el tamiz de su mirada mediterránea.
Salvador escoge un momento de luz determinado sobre los rascacielos de la Gran
Manzana, un conjunto de aristas curvas, perpendiculares y paralelas que componen impecables
la superficie del cuadro, elementos sugerentes de una arquitectura fascinante y rotunda que nos
hace pensar, con la pertinente distancia, en la vedutta italiana de Bellotto o Canaletto. Nos ofrece
fragmentos escogidos de edificios, detalles arquitectónicos que mima y personaliza dándoles un
valor como entes trascendentes: cornisas, fachadas de cristal, retranqueos, azoteas, ventanas,
balcones, etc. Son elementos que adquieren más protagonismo que la ciudad donde se ubican,
que no siempre identificamos, pues, como ya hemos dicho, no persigue la estampa pintoresca
o el recuerdo. NY le sirve como motivación y pretexto para un trabajo de pintor que va más allá,
un trabajo que es la síntesis de su experiencia en el lugar.
Por su parte, Calo se adentra en el paisaje sin intención primera, neutro, con la
objetividad y predisposición del viajero. Es el entorno el que le seduce finalmente, pero su
acercamiento se produce con naturalidad, sin prejuicios, dejándose llevar, controlando esta
seducción para no caer en el pintoresquismo, en lo anecdótico, procurando captar lo esencial, lo
perdurable. Con una pincelada ágil y sintética, deudora del realismo y el plenairismo del XIX y de
la pintura oriental, Calo nos ofrece un trabajo profundo, sistemático y serio, sobre el significado
del paisaje en el contexto del arte contemporáneo.
Busca en esta ocasión el último reducto de Naturaleza virgen, las selvas del Amazonas,
en su afán por explorar con la pintura diferentes paisajes de la geografía terrestre. La envolvente
y poderosa vegetación conmueve el ánimo del artista, que, sin embargo, no siente el arrebato
del pintor romántico fascinado por una Naturaleza incontrolable, sino la preocupación por un
entorno frágil y vulnerable en manos de la civilización contemporánea, más destructora que
temerosa.
Marta Marco Mallent
Dra. en Bellas Artes - Universidad de Zaragoza
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