Entonces, cuando nos damos de baja en
el contexto, cuando nos despojamos de coti-
dianidad, cuando emprendemos la búsqueda
de lo esencial, cuando, como quería la poeta
norteamericana Denise Levertov nos hallamos
por fin «alertas ante lo posible», es cuando
aparece la mirada, cuando despierta nuestra
capacidad de ver sin intermediarios, despojan-
do poco a poco a la realidad de cada capa de
prejuicios, de suposiciones, para enfrentarse
desnuda a las verdades del mundo. Y la mirada
de Calo Carratalá tiene el don del haiku en la
pintura: es capaz de encontrar el verde en el
desierto y el rojo en la nieve, encuentra, donde
otros verían apenas monotonía, los frutos se-
cretos de la imaginación y el pensamiento.
Para un pintor con el hambre de pai-
saje de Calo Carratalá, el encuentro con
Noruega tenía que darse antes o después.
Un pintor en el que se adivina el hambre de
camino tenía que llegar a esos que retrata
Tomas Espedal en su libro
Caminar
, elo-
cuentemente subtitulado «o el arte de vivir
una vida salvaje y poética». En ese libro Es-
pedal recorre los fiordos noruegos buscando
lo que Calo Carratalá encuentra: respuestas
concretas que sólo un pintor (y no un poeta)
puede encontrar, porque son de esas que no
se reciben en forma de palabras, sino que
se entrañan a través de la mirada. Esa mi-
rada con la que Calo consigue retener los
paisajes noruegos, infinitos para la mirada
poca entrenada y que el pintor en viaje reco-
ge en un bloc de dibujos, en pequeños óleos
sobre tabla y cartón que pese a su tamaño
en pintura siguen siendo igual de gigantes y
desbordados para la mirada. Carratalá guar-
da en esos blocs y pequeños óleos la rara flor
encontrada en los fiordos para, una vez en su
estudio, transformarla en cuadros de gran
formato que devuelven a la naturaleza sus
dimensiones, en una metamorfosis que no
puede más que maravillarnos y enseñarnos
cómo el oficio del artista es retener lo esen-
cial que contiene cuanto se desborda.
Tromsø - Nov. 2011
