El artista se diferencia de quienes no
lo son en su trato con el entorno. Un hombre
en la naturaleza suelen ser dos monólogos
que se dicen a la vez. Sin embargo, el artista
consigue transformar esos dos monólogos en
un diálogo repleto de matices. Carratalá en-
cuentra en el paisaje noruego todos los ma-
tices del negro y del blanco, y encuentra ese
rojo que nos llama desde la pintura como si
fueran bayas de la mirada, alimento del alma,
y encuentra que a veces el único sitio para
ver la tierra es el cielo. Así son las verdades
de los pintores: difíciles de traducir en pala-
bras, dichas en un idioma que todos podemos
entender pero casi nunca mediante la lógica
habitual, sino con una más alta que sólo nos
es dado alcanzar si un verdadero artista ac-
túa como mediador. Un diálogo, sin embargo,
que no arranca jamás en la visión complacida,
sino más bien en un sentimiento de pérdida
irremediable, de extravío, de miedo atento.
Viendo estos cuadros de Calo Carratalá he re-
cordado a menudo un poema de la poeta no-
ruega Inger Hagerup titulado «Detalle de un
paisaje invisible de noviembre»:
En cierto descampado un país de niebla llamado Yo
—y allí no quedan caminos— encontré una vieja señal.
Su carcomida flecha señalaba ciénagas
y kilómetros y más kilómetros de niebla.
Inútilmente intento descifrar un signo, adivinar un nombre.
La lluvia ha borrado lo que fuese que indicaba la señal.
Y hacia allí es hacia donde sé que caminé una vez.
¿Cuándo desapareció? ¿Cuándo me perdí?
Voy a tientas entre la niebla hacia esa palabra
que me haría acertar con el camino de vuelta.
En un país de niebla llamado Yo
hay una señal sin camino que me impide partir.
Río Itaya. 2008.
Lápiz compuesto sobre papel,
101 x 153cm