calo carratalá
o el arte de
capturar paisajes
Con Calo Carratalá coincidí, allá por el año 2001, en la Academia de España en
Roma. De los muchos pensionados de la Academia aquel curso, Calo era el que
más claro parecía tener sus propósitos: había llegado a Roma con su herramien-
ta principal, que contra lo que suele ser ley en los pintores, no es tanto paleta
y pinceles —que también, claro que sí— sino una furgoneta. Pues Carratalá es
pintor viajero, de aquellos que salen al mundo constantemente para atrapar es-
cenas de ese mundo en sus rectángulos de tela o papel. Una vez “coincididos” en
tan prestigiado lugar, ya luego coincidimos poco, en algún desayuno, en alguna
comida, donde raramente se hablaba de lo que cada cual hacía —yo malamente
hubiera podido decir algo de lo que hacía porque aquel año no hice absolutamente
nada— y sí se hablaba mucho de lo que veía cada cual. Calo era de los que más
veía, claro: su afán de moverse, de exprimir su estancia en Roma hasta multipli-
carla y convertirla en una estancia móvil en Italia mientras los demás —bueno, no
Juan Bonilla