en lo extremo —una selva inalcanzable si no
es por canoa, un desierto donde se diría que
la vida es un milagro, una cumbre aterida, una
extraña construcción de madera que se aden-
tra en el mar— se expresa también de forma
extrema: la pintura de Calo Carratalá entra
sin duda en la órbita de la nueva figuración,
quizá lo único importante que le ha pasado a
la pintura española en los últimos cincuenta
años, pero sus maneras y sus resultados nos
hablan de una sabia y muy personal compe-
netración entre esos dos púgiles que parecen
estar permanentemente enfrentados sin que,
en realidad, haya nunca combate: abstracción
y figuración. Muchos de los cuadros de Carra-
talá tienen un aire de abstracción innegable,
porque el pintor, que como se ha dicho ha
visto mucho mundo, ha entendido perfecta-
mente que la Naturaleza se expresa mediante
abstracciones puras —o qué es un desierto
sino pura abstracción, entendida esta como
el acto de aislar un objeto, cosa o paisaje—,
y ha aplicado su personal estilo a hacer cola-
borar a esos dos púgiles, prestarle sus óleos
y papeles, para que se produzca el combate.
Es así como, en el escenario de la figuración
española, Carratalá ha conseguido una voz tan
propia y distinguida.
Luego, naturalmente, están los re-
sultados. Y en el caso de Calo Carratalá los
resultados son imponentes, tanto en formato
grande como en esas pequeñas muestras que
sirven de preparación a la obra mayor. Se oye
el silencio de sus paisajes en ellos: es decir, el
silencio es una música que emana de sus imá-
genes y acaba adentrándose en el espectador,
que se ve trasladado al desierto, a la selva o a
la cumbre nevada o a la extraña construcción
de madera que se mete en el mar, y se queda
clavado allí, capturado en el paisaje captura-
do por el pintor, abstraido en su figuración,
oyendo la insólita melodía del mundo, de los
extremos del mundo, salvados y fijados en la
pintura pura de Calo Carratalá.
Trabocchi, Roma 2001
Lápiz sobre tabla, 25 x 35 cm